La página 99

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—Eh… por mi parte no hay problema, pero creo que a él —recalcó— le incomoda un poco mi compañía.
—Por mí no te molestes si tienes cosas que hacer —apostilló en voz alta Caliel, como si acabara de escuchar su comentario.
Kristel puso cara de «qué te decía yo» y fue ahora Maikel el que la tomó del brazo para volver junto a él.
—Caliel, sea lo que sea lo que tienes con ella, quiero que lo superes ya —le ordenó—. Así que os vais a subir a la moto y arreglareis vuestras diferencias mientras buscáis casa. ¿Entendido? ¿O prefieres que le diga a Stan que te lo has pensado mejor y quieres una patada en el culo?
Tras recapacitar unos segundos, asintió entre resoplidos.
—Está bien. Si a ella no le importa perder la tarde conmigo...
Mejor subir con ella en la moto que aguantar a Maikel y a Stan, sin tener en cuenta que Chicago era una ciudad demasiado grande para pateársela a pie sin rumbo conocido.
—Me deberás una —le sonrió ella, buscando relajar la tensión.
Él no le encontró gracia alguna al chiste y ni la miró, aún a riesgo de resultar grosero.
Al verle, Kristel pensó que, fácilmente, podía darse media vuelta para ocuparse de cosas mejores y evitar la incomodidad de ambos; pero es que en ese momento no se le ocurría nada mejor que hacer que pasear a ese delicioso y peculiar darcángel por toda la ciudad.
Sin duda le gustaban los retos.
Le tendió el casco de acompañante y ocupó su posición en la moto, que se sostenía perfectamente vertical entre sus muslos mientras se ajustaba los guantes con precisión cirujana.
A su vez, Caliel no le quitaba ojo de encima. Resultaba erótica hasta en el más ingenuo movimiento, como era recogerse el cabello para ponerse el casco.